El debate político en esta segunda década del siglo XXI se ha complejizado al interior del mundo libertario, y en general, ha ocurrido lo mismo con toda la izquierda del continente latinoamericano. Las y los libertarios hemos tenido que pensar la política, o por lo menos, aquellos grupos que no quieren aislarse de la historia, ni de la tarea de aportar al desarrollo del movimiento obrero y popular, y que actúan bajo las condiciones concretas que el presente nos impone y no bajo un contexto ideal. En este sentido el problema de las “elecciones”, las “reformas” y el papel que juega la “institucionalidad estatal”, son cuestiones que aún se encuentran pendientes y de las cuales hay que hacerse cargo colectivamente, de manera clara, sin medias tintas, ni ambigüedades.

En la actualidad, no es suficiente resolver el problema electoral refugiándonos solamente en el abstencionismo clásico anarquista del siglo XX, sin antes considerar minuciosamente las limitaciones y potencialidades de esta táctica, el grado de acumulación de fuerzas de los sectores clasistas y combativos, así como el de nuestros enemigos, aliados y otras agrupaciones con incidencia en la lucha de clases, además de no dejar de lado el contexto puntual y las condiciones políticas que presenta el período; todos elementos que debemos tener en cuenta, para que en momentos excepcionales de la historia, evaluemos si es pertinente o no, participar de manera crítica en dichos procesos. Lo que no debemos nunca olvidar, es que lo esencial y estratégico siempre debe ser la construcción de base, lugar en donde se construye la fuerza social capaz de presionar a la maquinaria estatal para obtener victorias para la el pueblo trabajar, y de donde brotan desde abajo hacia arriba los órganos de poder que en momentos de abierto enfrentamiento pueden edificar un embrionario autogobierno de clase.

El problema de las reformas no se puede limitar a una crítica de la concepción etapista o reformista; que ve la reforma como un fin en si mismo, o que cree que es necesario atravesar una serie de etapas históricas delimitadas con anterioridad para construir el socialismo. Debemos tener una perspectiva propositiva, táctica y estratégica más profunda sobre las reformas, y sobre el rol que el movimiento popular y los revolucionarios deben jugar en su implementación, ya que, es claro que en Chile más tarde que temprano serán llevados adelante cambios, más cosméticos que estructurales, pero que se están debatiendo en las altas esferas y en el conjunto de la sociedad, porque todas y todos nosotros, nos hemos tomamos masivamente las calles desde el 2011. De las distintas fuerzas que dan vida al movimiento obrero y popular, depende que estos cambios se lleven lo más adelante posible, es urgente por lo tanto, definir la manera más correcta para lograr este objetivo.

Por último, una cuestión fundamental para la construcción de nuestra tendencia libertaria, es debatir de manera seria en torno al problema de la institucionalidad y el Estado, analizando críticamente si efectivamente siempre ha sido, es y será un escollo, o si es posible que en ciertos momentos y procesos puntuales sea capaz de abrir el camino hacia mejores condiciones para el desarrollo de la lucha, no sin límites y contradicciones, las cuales deberá intentar sortear el movimiento obrero y popular de manera relativamente autónoma, confiando en sus propias fuerzas ¿Acaso podemos negar los visibles avances que ha experimentado el pueblo en la Venezuela Bolivariana, en donde existe un movimiento popular fuerte y organizado, en el cual la participación es masiva y por la base? ¿Podemos descartar de antemano el proyecto Kurdo en Medio Oriente y lo que ellos denominan “Confederalismo Democrático”? Es evidente que una tendencia libertaria inserta en la realidad no puede pecar de ceguera o pureza ideológica, ante importantes experiencias que se están desarrollando frente a nuestros ojos en diversos puntos del planeta. Sin embargo, tampoco es correcto “calcar” de manera acrítica experiencias foráneas, tratando por la fuerza de hacer calzar realidades que no compartimos y que nos son ajenas, y de paso, arrojar por la borda lo construido con tanto esfuerzo. De allí la necesidad constante de la crítica, la autocrítica y el desarrollo de una teoría viva, para así, “pensar con cabeza propia”.

De la crisis a la definición de nuestro proyecto político

El 2013 marcó un antes y un después, para el proyecto libertario en Chile. El contexto de las elecciones presidenciales, significó la apuesta de un nutrido grupo de compañeras y compañeros por la tesis de “ruptura democrática” y la depuración partidaria, lo que separó caminos entre a lo menos dos tendencias. El sector que levantó públicamente la posición electoral, tiene una estrategia clara en lo que respecta a las reformas (su política de alianzas apunta en dicha dirección), el rol que debe cumplir el Estado y la institucionalidad vigente en dicho proceso, así como también en la construcción del Poder Popular. Esta tendencia utiliza el sentido común como discurso de su propaganda, está más preocupada de los resultados políticos electorales y la inserción en espacios de representación, que en el trabajo cotidiano de base. Este grupo, al parecer mayoritario, se encuentra consolidado y articulado a nivel nacional, aunque su excesivo  pragmatismo, y su forma de operar a nivel orgánico, no ha parado de generar las más diversas polémicas, enfrentamientos, y quiebres en los frentes y espacios sociales.

Pero por otro lado, quienes no apoyamos dichas tesis de orientación programática, ni su “estilo de construcción”, no hemos sido capaces aún de agruparnos seriamente, ni de ponernos de acuerdo en las cuestiones urgentes, piso mínimo necesario para convertirnos en la alternativa, que las y los libertarios reacios por “instinto” al estatismo y al gradualismo pos neoliberal necesitan. Es imperativo superar el “principismo” paralizante e inmovilista (pero, ojo, no los principios), cierto “dogmatismo”, y actitud seguidista, dotarnos de un norte para actuar con una perspectiva clara y de la manera más eficiente posible en la militancia diaria.

A pesar de nuestra actual incapacidad, no todo es tan negativo. Estamos en un mucho mejor contexto, hoy existen condiciones subjetivas para dar discusiones que hace 10 años eran impensadas, cuantitativamente hemos crecido bastante, hay mayor acumulación de experiencia en el ámbito social, político, e incluso en el desarrollo y profundización teórica de nuestras ideas. No partimos de cero y tampoco estamos solos en esta tarea: los mismos problemas se han repetido en las distintas vertientes de la izquierda de intención revolucionaria y muchos grupos están en la misma búsqueda que nosotros.

Hoy, si ponemos lo mejor de nosotras y nosotros, es posible avanzar en la unificación de la militancia a nivel nacional en base a nuestras propias tesis, un discurso, y una organización común que nos fortalezca a nivel social, programático, moral, e identitario. Por esto, compañeras y compañeras, el llamado es a estimular el pensamiento y la acción, reanudando la discusión fraternal, cara a cara, reafirmando las confianzas y el trabajo mancomunado en los frentes de construcción y lucha social: sólo juntos, podremos avanzar en la edificación de un verdadero proyecto político libertario, en donde, el pueblo trabajador y la amplia gama de oprimidos de nuestra tierra tengan un rol protagónico que desempeñar.

por Sebastián Hernández y Espartaco Gatti

[Publicado en la edición n°26 de Solidaridad]